Una bicicleta oxidada, unas cuantas bolsas de residuos y un televisor destartalado sobresalen del contenedor de residuos. Te acercas con tus bolsas malolientes, miras que no queda espacio y sientes que se te viene el mundo abajo. Otra vez están de huelga los recolectores y no puedes volver a casa con tus desperdicios. Aunque la tarea te desagrada, optas por treparte al contenedor, contener la respiración, mientras el putrefacto hedor llena la atmósfera y haces malabares para no mancharte la ropa.
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